día 8
mi cuerpo tropieza con la muerte
y es rechazado como una mujer impura.
tengo ahora la sonrisa de un animal
que padece el veneno prolongado de sus captores.
mi cuerpo, que está tendido ahora, casi inmóvil,
ha sido tocado por las manos de las que nacerán los huérfanos
y por las que cantan como gritos
las bocas de todos los hombres
de este encierro.
soy una carne destruida, de hábitos aturdidos, de ruegos inútiles, vacía.
¿seré acaso una carne sin alma cuando haya perdido la fe?
no llega a mí el final que se tiende oscuro sobre mis párpados.
sólo viene el canto desesperado de cada hombre vencido
(cuyos cuerpos son sentados en un trono miserable para ser mutilados)
canto que va destruyendo mis días, mis recuerdos y mi fe.
canto que destruye sus días, sus recuerdos y su fe.
día 11
quisiera
haber caído con las manos en los bolsillos,
sonriendo al tocar el suelo
como tantos otros
y oliendo el rumor de la muerte
como el aroma de la fruta fresca.
día 13
las manos de mi madre y su tosca vejez…
su olor, su voz…cada uno de sus rezos
sus manos sosteniendo en un rosario toda la fe…
sé que me busca como una errante y no sabe nada de mí.
a pesar de que la escupieron y golpearon
porque inútilmente trató de detenerlos cuando me llevaban y me acusaban;
ella me busca
y sabe que en algún lugar oscuro
cuando nadie se me acerca
me toco la cara y trato de sentir en mis manos, el olor de su vejez.
no puedo ahora tocar su piel que guarda las líneas atravesadas de todo un clan que comenzó en su vientre y entre sus piernas cuando aún era una muchachita asustada de complacer a un hombre. no puedo tocar sus arrugas y calmarla con mi voz.
no puedo ahora saber de mis hermanos
no sé si estarán presos como yo
o consolando la desesperación de mi madre que poco duerme porque puede escuchar el sonido de mis huesos
y oler el fuego que han arrojado sobre mi carne.
día 20
mis pies reciben ahora la orina que se desliza por mis piernas. nunca he tenido más miedo. veo a la mujer con la que comparto esta celda caer con violencia y a drede sobre el suelo para matar al hijo de cada infeliz que nos tocó, el hijo de una patria tan distinta a la nuestra… hijos o pobres bastardos por los que pocas, sentirán amor.
ella, no quiere escuchar su llanto como nuestro coro miserable.
ha descubierto en el crimen, un acto de amor.
y yo siento que mi alma cae entre mis piernas y se hace un charco de orina junto al de ella.
día 25
mis pies reciben ahora el peso de mi culo como el peso de una carne cualquiera.
es el peso de la plegaria,
el peso y la rabia de creer que el dios que llevaba en el pecho descansando sobre un medallón de plata negra y que marcaba las palmas de mis manos en la infancia; puede silenciar ahora cada grito que sale mi boca raspando mi garganta y cantando un dolor punzante, desesperado, como si cada sonido pudiera tocar las paredes y rebotar como otro pedazo de carne.
qué dios será el que calle los gritos de mi cuerpo, los gritos de mi boca cuando viene el hombre que son todos los hombres de este infierno, cuando viene sobre mi y me toma como a un animal suyo y traga de mi como pescado, y me dice que soy una gran sirena muerta, esclavizada a mis cabellos largos entre sus manos, a mi cola quebrada sobre el suelo, a la boca torturadora del hombre que intenta un beso sobre la misma cara en la que otro vació el puño y el esperma.
mi rostro deja poco a poco de ser bello bajo las botas que lo pisan.
día 34
dios, halla esta plegaria entre tanta voz.
halla este cuerpo condenado y bésalo para que encuentre la muerte y con él sus heridas.
halla también el cuerpo del hombre que se hizo mi marido en tu palacio cuando yo llevaba un vestido blanco.
acribíllalo en la noche oscura con el arma de otro
dale la muerte por la que rogamos y entiérranos juntos para que pueda ir nuestra familia
a dejarnos una gran flor y llorar nuestro encierro, e infierno.
oh dios, cuan sagrado es ahora el pasado, la sonrisa de mi esposo, la de mi madre, mis hermanos. los recuerdo como la luz que me hace falta.
día 44
han hecho de mi la fotografía de la que ruega juntando las manos y cerrando los ojos. han hecho de mi la torpeza fría de la que ofrece el cuello. sueño que es arrancado, rueda e intenta una oración, acaso la última. sueño que el corazón sigue latiendo fuerte porque pronto dejará de hacerlo y terminará con el cuerpo, hervido para arrancar de él el olor de infancia, para arrancar de él toda pureza y enterrarlo y rodearlo de flores insanas, hierbas y espinas.
mi cuerpo, terminaría así, siendo un objeto curioso, cuya cabeza pueda mostrar una sonrisa rodante, de ojos abiertos, viendo por última vez el patio donde creció entre hormigas negras, y huertos fértiles, sin darse cuenta que es la misma celda marchita y hecha charco de orín de los últimos días.
despierto y la cabeza humana sigue en su lugar con las heridas y el caminito de sangre que termina en mis pechos porque han roto mis labios que intentaban una maldición que parece haber alcanzado primero mi cuerpo que sus almas.
día 49
me rodearán flores insanas, hierbas y espinas.
llevaran mi cuerpo a una tierra desconocida para que mi madre no pueda encontrarlo y reconocer el último vestido con el que me vio. azul. me lo había regalado él, el hombre de la ceremonia, el esposo, mi amor, encerrado ahora como un animal impotente. también he escuchado sus gritos. también hemos cantado juntos nuestra desgracia. y ha visto como me tomaron otros y he visto como bajaba la vista humillado después de que también lo sometieran. y como decía mi nombre cuando lo golpeaban, acaso ha gritado el amor, acaso se aferraba como yo, a algún otro momento en nuestra cabeza oscura.
día 50
madre, no podré tocarte la cara porque estaré dentro de una caja.
¿serán mis huesos los que queden de mí para tu vista, o la carne desollada para los ojos de mi marido si es que sobrevive? sé que no reconocería la piel en la que extendió sus manos.
uno le ha dicho: ayer tuve de nuevo a tu mujer y otro le habló obscenamente del acto y con detalles, llamándome ramera. oh madre… uno de ellos me dijo: he matado a tu marido y otro me habló obscenamente del acto. lloré, pero me sentí feliz por él. pensé que habría deseado morir tanto como yo. pero el hombre rió y me dijo que era una broma, entonces perdí cualquier esperanza de que la muerte nos salve.
día 52
mis piernas serán la comida de extraños si la muerte me abraza con hambre, lo sé.
mis piernas recibieron siempre el peso del hombre a quien ofrecí mis días hasta la muerte.
él, desde su celda, y sin poder tocarme ha sabido recoger con amor mi cabeza y la ha abrigado entre sus ropas besando el labio que canta la desesperación y el grito de ambos.
mis piernas recibieron su peso y amor siempre como en una celebración. eran sus movimientos ondulantes una gran ceremonia y sentencia. y la sentencia: la misma celebración: el amor, el pálpito maravilloso.
mi sexo se lucía para él bajo el ombligo redondo como fruta que cae entre los pies y contempla torpe el hábito mayor: el amor. mi sexo abrió la boca y quedó exhausto y dormido, enamorado, contemplado por sus ojos, por su inmenso amor, por él, que esta noche y escuchando mis chillidos, abraza mi cabeza que canta y huele la muerte en todos mis cabellos. huele el fin de nuestro camino en mi piel incompleta. sabe que me rodean los que regaron el cuerpo y lo separaron, los que cortaron mi cabeza y dejaron su canto amargo creciendo en mis entrañas como una planta carnívora.
día 56
al amanecer
la miseria acariciaba el hambre de mi el estómago con amor
colocando sus manos como brazas.
entonces supe que tu hijo estaba vivo y se guardaba entre mis intestinos, protegiéndose de mi llanto y de mi rabia.
tu hijo,
el mismo que entró en mí con violencia,
buscando el refugio desesperado para caer sobre la noche y sobrevivir.
ahora quema cada parte de mi cuerpo y roba mi comida en el encierro.
encerrados el y yo, tan juntos sin poder desaparecer.
tan juntos como inútiles siendo la misma carne.
y aquí, en este otro lugar oscuro, en este vientre, tu hijo, tan maldito como tu, me pide amor entre estas carnes.
y tan dentro de mi como tu, mueve su cuerpo golpeando con violencia.
y yo, tan perdida, tan olvidada, tan sola
me condeno maldiciendo lo único sagrado que tengo en esta celda.
tu hijo, que no es mas mío, porque me niego a amarlo, sabe que trataré de matarlo esta noche y la noche siguiente hasta conseguirlo.
cuando despierte por la mañana y no haya podido deshacerlo
sabrá que trataré de castigarlo cayendo tantas veces al suelo en el que me tuviste maldiciendo en voz baja
con un cuerpo resignado que no era más que un bulto tendido.
caeré tantas veces que mis piernas quedarán rotas al igual que mi vientre
para que él pueda salir a estrecharse con la muerte
para que pueda bajar entre mis piernas como un llanto de sangre
y se aleje de mi para que también la muerte me abrase
para que este cuerpo que no es más un cuerpo
sino una ruma de carne golpeada y torturada, termine y con él:
el canto, el grito, el ruido de nuestros pasos clavados en las paredes como excremento.
que termine este canto en el cuerpo quebrado
inútil ya en su intento de transformase en la fe desaparecida.
tu hijo traerá la muerte para los dos
y cuando se aleje de mi y la muerte lo acune en su brazo
conseguirá el amor de su madre y será sagrado.
conseguirá mi amor
y seremos sagrados en la muerte los dos.
día 58
la fiebre me consume.
tiemblo.
el sudor se arrastra por mis heridas y la mugre de mi cuerpo.
quisiera que el vestido de mi madre se pose sobre la tierra que me cubra.
quiero al menos eso, pero sólo sale sangre de mi boca y me cubre un techo inmundo.
la muerte recuesta su cabeza en mi entraña y sale ahora.
esposo mío: un hijo que no es de tu cuerpo:
la planta carnívora que me devoraba y usurpaba mi vientre,
perece como un animal cualquiera.
¿pero no es mayor el crimen cometido contra mí?
no quiero tener al hijo de cada hombre que nos ha torturado y violado.
cuando vienen sobre mí ya no puedo ni siquiera gritar que no me toquen, ni rogar. ellos pueden destruirlo todo.
dentro de mí había uno de ellos y aventándome contra las paredes he podido matarlo.
no va a nacer de mí un niño inocente que reciba mi rabia por esta miseria.
perdóname.
día 61
mis piernas se han abierto en medio de la noche para un parto silencioso bajo la luna cóncava, igual a mi sexo y testigo del alumbramiento. el ser salió entre las matas de mi infancia lejana y corrió tras su naturaleza a ser parte del paisaje. pero no eran las matas, sino esta celda y él, un charco de sangre extendido. me lo dijeron al despertar. entonces despedí al hijo y cerré las piernas. yo estaba viva y el había muerto. él era sagrado, yo había pecado contra los dos y había sobrevivido.
la cabeza humana, la mía, rodó una vez más con los ojos abiertos y la sádica sonrisa, hacia los pies del hombre de la ceremonia, que calló el canto ocultando mi cabeza dentro de sus ropas una vez más, conociendo nuevamente mi silencio, que salía como un aire helado de la boca y se acomodaba sobre su piel. sabía que había morado dentro de mí el hijo de otro y que yo lo había matado.
así caminó él dentro de su celda como si errara a la ciudad en la que nos conocimos y que fue testigo de la caída del sol en nuestras sonrisas durante la infancia. y dentro de la ciudad: el huerto de mi madre y sus olores… que poco existen ya y que se han convertido en una ruma de sal porque volteé a verla con crueldad.
día 63
mi carne huele al humo de mi larga cabellera, huele a muerte, a la ceremonia del hombre que canta, huele a la sal de la misma ciudad en la que no seré enterrada cuando la cabeza sea colocada al lado del cuerpo tendido y estén rodeados de matas y oscuridad y se escuchen ladridos únicamente.
que le diría a mi madre si me hallara ahora sino que se retire a buscar tierra en la que enterrar cada recuerdo. no le diría “han quemado mis pies, madre, bésalos por favor” no quisiera que su boca se pose sobre las costras ni la pus de mi piel . tampoco le diría “me han violado tantas veces, madre. me han golpeado” no quisiera decirle nunca nada, no con esta boca partida y sin dientes.
he muerto tantas veces sin lograrlo. y sigo aquí, con los pies y manos quemadas, con la fiebre de las infecciones, guardando mis dientes en el puño y cubriéndome del frío con mis brazos tan cortos, cubriendo mi desnudez con mis brazos quemados y tocando los colores oscuros en mi carne.
día 64
sé que llevarán nuestros cuerpos cuando hayan terminado con ellos, y no seamos más que una tela vieja cubriendo algo de carne y carne envolviendo huesos débiles y un alma destruida, atiborrada de la sal de esta ciudad de gritos y carente de fe.
hay algunos a los que ya no se les escucha. tanto tiempo aquí, te enseña a reconocer los gritos e inventar un nombre y una historia para el que los produce. pero serán sus cuerpos ya en silencio los muros que cuiden el mío cuando también termine de caer el hilo de baba de mi boca junto al llanto. me darán sosiego. seré también parte de un muro para ellos. seremos todos un reino en una sola fosa y encontraremos a dios, acaso tan tarde y sentiremos amor, escucharemos el llanto de nuestras familias y vendrán los recuerdos a velarnos. habremos hallado a dios junto al final. existirá porque no danzaré con mis pies quemados. seremos todos un reino en una sola fosa. ellos serán los que rosen mis piernas como una carne cualquiera, los que se sequen al sol igual que yo. no encontraré ahí la mano de mi marido para coja la mía y me lleve, o no sabré si es uno de ellos, sólo desearé que forme él la carne que me cubra para ser el coro silencioso de los que perdieron el nombre, de los que fuimos arrancados y no dejamos mas huella que el excremento seco en las paredes como la última luz de nuestros cuerpos.
estos textos pertenecen a lía podestá, poeta desaparecida en 1981 junto a su esposo el crítico literario alejandro durán. fueron hallados en diferentes papeles, ocultos entre los frágiles muros de su celda en el campo de detención moabal, en la ciudad de san eusebio en síndea, cuando se instauró en el país, el nuevo gobierno democrático. en el cd11 (centro de detención 11) todo rastro de su existencia pareciera haber sido borrado. los escritos hallados son el registro de un intento desesperado por la persistencia de sus pasos en este centro de torturas. señalan los días que estuvo detenida y cuenta de manera introspectiva su agonía por los tortuosos sometimientos físicos y sexuales. el primer escrito corresponde al día 8 de su detención y el último al día 64, en el que parece predecir su final. otros se hallaron ya destruidos e ilegibles. estos, podrían revelar más noticias o detalles de lo que le ocurrió a la poeta o a su marido durante el encierro.
la detención y desaparición de artistas durante el régimen dictatorial del país fue implacable, ya que las manifestaciones de estos criticaban duramente la ocupación militar y denunciaban sin ningún tapujo las desapariciones de sus compañeros, amigos y familiares. tanto podestá como duran participaban del movimiento “¿donde están?”.
síndea fue el país con el más alto índice de artistas e intelectuales desaparecidos y exiliados durante las dictaduras que afectaron nuestro continente en los años 80. los tres hermanos podestá, también participantes del movimiento, se encuentran desaparecidos hasta el día de hoy. de confirmarse los datos de algunos testigos, se presume que estuvieron en el cd18 llamado carceleta de san agustín. su madre aún los busca.
lía podestá, según el testimonio de una eventual compañera de celda, fue ejecutada a los dos meses y medio de su detención en los patios de cd11 junto a otros detenidos, -entre ellos su marido- en un fusilamiento masivo.
la misma declara el grave peligro que corrían de ser encontrados estos escritos, sin embargo sus captores nunca supieron de su existencia, y hoy se convierten en su único testimonio. lía podestá murió cogiendo la mano de alejandro duran, mojando sus pies con la orina de ambos, y quizá intentando una sonrisa por llevarse consigo la ultima mirada de su marido.
http://www.youtube.com/watch?v=yKGsQ1qfogI
MURO DE CARNE
Hace 12 años
2 comentarios:
dios mío!!!! me has dejado sin palabras,ceci-lia. ¿es obsceno decirte que has hecho del calvario de lia una epopeya homérica?
adriana
www.adrianastein.blogspot.com
(ultimos poemas a buenos aires)
PERSISTENCIA
Inmóvil, dejas
las apariencias desnudas,
El color es un dolor,
las palabras quiebran huesos.
El aire,
espesa goma que aturde,
la conciencia
que como un témpano se parte,
un glaciar
desborda tus ojos
Vuelvo a las ocultas voces
de tímidos arroyos,
historias que murmuran tiernos días,
caricias múltiples corrían
entre altas y fragantes ramas
que abrazaban mi displicente libertad.
Vuelvo a buscar los inocentes valles,
el incendiado atardecer
multicolor de tus mejillas.
Pero solo vuelvo
a ver mí propio encuentro:
Merodear
entre pantanales,
y el fétido olor
de este voraz animal
que golpea
descomunal
al salvaje guerrero,
que sucumbe y se levanta;
eterna, viciosa, heroicamente,
sin más cuerpo que entregar,
al amor con el alma ataca.
Dedicado a Lia. Hasta siempre bello ser.
John Betetta (donyon64@hotmail.com)
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